Allí venía ella, acompañada del adiós de la tarde que iluminaba con sus colores cálidos cada rincón de la calle, un viento constante y muy amigable; se empeñaba en mantenrla distraida en su andar tambaleante y coqueto que entraba en una amalgama perfecta con el rostro inocente de quien, a precio de caídas y objetos en la boca, venía conociendo el mundo. La blancura de su piel se hacía casi transparente con ese sol en plena puesta pegándole en el cuerpo, mismo fenómeno dejaba ver algunos cabellos sueltos de su rizado y necio cabello (que pocas veces aceptaba las reglas del cepillo y ésta no era la excepción), su mirada venía distríada en el piso que formaba pequeños remolinos de polvo y basura con el viento del verano y que de vez en vez tenía que cubrir con su palma para que éste no cegara su mirada; mientras con la otra, sostenía con mucho empeño una paleta de caramelo rojo que tenía a bien hacer juego con el pequeño vestido de tirantes del mismo tono y motivos blancos. Aveces se desentendía de su tarea para levantar su mirada e intercambiar algún deguste con su valioso montón de azúcar. Su caminar de un pie en un pie, como si saltara las líneas o prohibiese a sí misma pisar algo, hacia de su travesía algo complicado, como quien juega a la rayuela mientras camina. La tarde seguía cayendo y ella se empeñaba en ir lento, a lo lejos, y como si se hubiera roto una burbuja de silencio, escuchó: '¡Dhamar!' Asociando de inmediato ésta palabra con su ser, detuvo por completo sus actividades para quedar sobre sus dos pies: con el viento empujándole la espalda, el sol resaltando cada rizo de alma rebelde. Bajó el brazo y por consiguinte su caramelo se acercó al piso; con la otra mano intentaba tapar la luz que le flanqueaba el rostro y entonces frunció el ceño, dejando ver un semblante entre enojo y duda. Lo primero por la interrupción de sus tareas y la segunda por saber quién llamaba con tanta osadía; así quedó mirando a aquel hombre; éste de un vistazo, y casi por reacción inmediata, pensó en la madre de la pequeña niña. Con el ceño fruncido aún y sus labios torcidos, sostuvo con más fuerza su caramelo, levantándolo se entrego por completo de nuevo a su empresa de andar y tararear que tan bien mantenía y que la tarde le celebraba a cada paso, a cada salto.
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@todosarmados
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